miércoles, 26 de marzo de 2008

Crónica sobre un monólogo de cine fantástico y de terror

Muertos vivientes con nariz de payaso

Un monólogo en el Teatreneu de Barcelona parodia las películas de terror y de ciencia ficción más taquilleras de la historia

Es la tarde del sábado 25 de marzo. En la sala mediana del Teatreneu de Barcelona, café-teatro con propuestas minoritarias situado en el bohemio barrio barcelonés de Gràcia, un ambiente íntimo de velas y música jazz prepara al público para un espectáculo de humor reflexivo y tenaz. Distribuidos desordenadamente en mesas orientadas hacia el cercano escenario de la sala, los espectadores esperan en pareja o en grupos de amigos a que empiece la función con una botella de cerveza en la mano mientras comentan sus expectativas sobre el monólogo. El cómico no es muy conocido, comentan algunos, pero en la página web en donde casi todos han reservado las entradas la puntuación que le daban otros usuarios era bastante elevada. Por ocho euros el ticket valía la pena arriesgarse y, quien sabe, si descubrir a un nuevo talento.

En el escenario, aún a oscuras, resaltan dos figuras alargadas, símbolos de todo cómico de monólogos que se precie: el micrófono y el taburete de madera. De repente, un telón negro oculta la barra de bar de la sala y la canción Je ne veux pas travailler de la orquestra Pink Martini va desapareciendo hasta diluirse entre murmullos: el espectáculo va a comenzar. Lo hace con la conocidísima banda sonora de La guerra de las galaxias, una premonición para los despistados que no conocían la temática del monólogo, centrada en el cine de terror y de ciencia ficción. Es el primer texto de España dedicado a este mundo. De una de las mesas, un chico moreno y con gafas, con los ojos pintados, de media altura, abandona a sus amigos para subir al escenario. Se llama Ramón LSD (Líneas sin Desperdicio), es de Valladolid, había sido guionista del programa televisivo ‘El informal’ y alterna su monólogo de cine con otro espectáculo en Teatreneu (Chicas, risketos y apuntes pasados a limpio) que explota la guerra de sexos. Un foco de luz y los primeros aplausos de la tarde (habrán muchos más) le dan la bienvenida. Quienes más aplauden, como no podría ser de otra manera, son sus amigos.

Sentado en su taburete como marca el protocolo, el vallisoletano empieza su discurso desgranando las particularidades de grandes sagas de terror como Sé lo que hicisteis el último verano y Tiburón, junto con sus secuelas. En un tono humorístico, Ramón LSD se enfrenta también a los grandes tópicos del género, desde la marginación encarnada en Frankenstein, pasando por los niños que dan miedo o por las típicas chicas “tontas” que en toda película terrorífica avanzan hacia la oscuridad y formulan la pregunta: “¿Hay alguien allí?”. El cómico arranca más de una carcajada. Utiliza la fórmula de encarar las tramas y las escenas de las películas al sentido común y a los personajes públicos más cercanos. “El humor tiene un gran pilar basado en componentes identificativos. Los cómicos suelen usar la guerra de sexos como materia prima para conseguir esto con el público pero hay muchos temas que pueden hacernos sentir vinculados emocionalmente con un monólogo. Y uno de ellos es el cine”, afirma.

Ramón LSD no deja de lado los viajes al futuro, las proezas de superhéroes, las historias de extraterrestres (el cómico se ceba con el pobre E.T.) y las monumentales Star Wars y El señor de los anillos. En total, habla de más de sesenta películas que, de súbito, en vez de provocar terror, hacen reír; véanse las vueltas que da la vida. Sin embargo, en todo este recorrido, Ramón demuestra no ser un narrador convencional, porque durante el espectáculo no hace más que levantarse de su taburete para transformarse en una genial niña del Exorcista, en un Gollum con problemas de identidad, en el típico niño repelente, en un Frankenstein algo parado, en un Robocop tan armado como una navaja suiza o en una desconcertante y lujuriosa duquesa de Alba. Un buen elenco de personajes del cine y de fuera de la pantalla que le permiten demostrar sus dosis interpretativas y poner el broche de oro a su actuación. «Me gusta incorporar teatralidad al espectáculo. Considero que estar todo el rato de pie tras un micro y con el mismo tono de voz, puede resultar cansino. El público disfruta más ante el dinamismo visual: ahora estoy sentado, ahora me levanto, ahora pongo una voz, ahora correteo…». Un auténtico esfuerzo que casi siempre obtiene recompensa por parte del público, pero que en contadas ocasiones se topa con un atisbo de indiferencia. Ramón LSD trabaja mejorando el espectáculo. «Lo que no puedes es obsesionarte con el texto perfecto porque no existe. Y no existe porque el público y, por extensión, las personas, tampoco somos perfectos».

Finalizado el monólogo, Ramón se coloca en la salida y con un encaje de manos agradece a los espectadores su presencia y su participación a base de carcajadas. Después monta su tenderete de camisetas negras con la frase: “Ramón LSD no hace ni puta gracia”. Innecesario impulso de autocrítica en un joven prometedor que sí hace gracia.

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