martes, 7 de octubre de 2008

Crónica de un mundo pedófilo


“El límite legal para el sexo está en los quince años y tres meses, pero se sabe que todas empiezan a follar a los trece; por debajo de esta edad incurres en lo sórdido. Pero ¿dónde está la frontera para una fotografía, un spot publicitario, una foto call por webcam, un desfile de lencería, un test de epidermis? Al principio tenía la impresión de ser el único al que le inquietaba ver cómo toda una industria se volvía pedófila. Como todos mis colegas parecían considerar normal la situación, pronto dejé de preocuparme. Y tranquilamente me he dedicado a que los hombres del mundo entero tengan ganas de acostarse con niños”. El polémico publicista francés Frédéric Beigbeder, autor del best seller ’13,99 euros’, empieza a escandalizar con estas palabras en su novela ‘Socorro, perdón’, un paseo sórdido y políticamente incorrecto por el mundo de la belleza, la moda y la publicidad que se construyen sobre la base del sexo y la pederastia.

El protagonista y narrador de la novela es Octave Parango, un cazatalentos de una conocida marca de productos cosméticos, a quien se le encomienda la misión de encontrar el nuevo rostro virgen e impoluto de la firma para lanzar mediáticamente una nueva línea de cremas. El protagonista tiene claro que su objetivo es que los hombres de todo el mundo se exciten con la chica de 14 años que él haya elegido. Sólo así, las mujeres de esos hombres querrán hacerse con las cremas de la juventud eterna y la belleza intacta. Así, la codiciada virginidad de unas cuantas niñas inocentes, con sus bolsos más llenos de muñecas que de preservativos, marcaría el rumbo de una industria multimillonaria.

Ante los pensamientos y los actos (a cada cuál peor) de un protagonista que demuestra no tener escrúpulos, el lector siente una extraña contradicción. Por un lado, la repulsión que genera una industria (y su vicario) basada en aprovecharse de pobres niñas rusas que ven en sus pechos incipientes la curva ascendiente que les aleje de la pobreza. Por otro lado, sin embargo, la narrativa de toda novela genera sinergias. Más allá de la ética, de lo que es bueno o es malo, el protagonista de una historia difiere del antagonista por la identificación y los lazos que crea con el lector. Es allí donde en la novela aparece, de repente, el amor. Un amor incomprendido, con tintes sarcásticos, en un contexto repugnante, pero amor, a fin de cuentas.

Más allá de la historia, la novela plantea cuestiones éticas acerca de la publicidad, que genera cánones que marginan a aquello que no encaje con la juventud más infantil y con la belleza más aria (un modelo encubierto de nazismo, según el narrador) y sobre la falta de moral, ofreciendo, de paso, una deprimente panorámica de una Rusia postsoviética en que la dictadura del proletariado ha dejado su trono a la dictadura del dinero, el petróleo y el caviar donde jóvenes de 14 años con perfume barato se dejan desvirgar por cuarentones acaudalados para poder convertirse en estrellas de la moda hasta que, al cabo de dos años, ya resulten viejas y desfasadas y los excesos les hayan ido sorbiendo la belleza.
Crudo testimonio de un mundo enfermo y pervertido que se hace aún más terrorífico cuando se descubre que el autor de la obra, Beigbeder, ha presenciado durante años lo que se cuece en el mundo de la publicidad.

No hay comentarios: